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Mi Padre, empezaba el espíritu de Navidad, llevando rollos de un papel un tanto grueso, además de la añelina de varios colores...

Alejado de los tumultos y de cualquier intención comercial, la Navidad que recuerdo en el tiempo y el paso de las generaciones, es la huella imborrable que da sentido a una verdadera exaltación, no solo a un nacimiento, sino a la riqueza que nos otorga la vida.

Por: Antonio Moran del Cid
Productor Asociado
morcid@deguate.com
www.deguate.com

Jervin González
Fotografía/Corresponsal
jervin@deguate.com
www.deguate.com


El recuerdo siempre presente que tengo, especialmente para estas épocas de navidad, es aquel que empezaba con la intención de una sorpresa que era, cuando mis padres encerraban los regalos en el ropero, con la consabida regla que no se abriera dicho mueble por nada del mundo.

Todos mis hermanos y yo, ya librados de la carga del estudio, con la sensación de ganadores, por las calificaciones recibidas, sabíamos que se fraguaba algo maravilloso para todos como familia. Los cohetillos empezaban a sonar de uno en uno, al igual que el frío que empezaba fuertemente a mediados de octubre, para ir concluyendo a mediados del mes de febrero que por cierto, era el mes más loco del año.

Mi Padre, empezaba el espíritu de Navidad, llevando rollos de un papel un tanto grueso, además de la añelina de varios colores, yuquilla y los aserrines que los comprábamos el mismo día que escogíamos nuestro arbolito, que por lo regular era una rama de pino o un platinado chirivisco, que marcaba el ambiente de fiesta para la vida, expresado en un nacimiento.

Lentamente, las manos de mi padre siempre laboriosas, iban dando forma a las montañas de papel pegadas a la pared, sujetadas por pequeños clavos, para luego ser entintadas de varios colores, reflejando la intención de atardeceres y maravillosos celajes y lindas texturas que otorgaban los aserrines de colores que se aferraban a la realidad por el pegamento de harina.

Hoy comprendo la paciencia que nos tuvo, pues hacer el trabajo rodeado de su familia, con la ansiedad de que pronto terminara, para luego juntos adornar nuestro arbolito navideño con luces, guirnaldas y esferas, y así gozarnos todos como familia con el valor determinante que ésta tenía y que se iba formando en nuestros corazones como una huella para siempre. Fiesta nuestra, que era la fiesta de todas las familias de nuestro barrio, llenándose el ambiente de muchos olores y sabores.

Todos los amigos nos encontrábamos de la mano de nuestros padres en el mercado, haciendo las compras finales del festín, cargando hojas de pacaya, de pino, de manzanilla, hojas de plátano para los respectivos tamales, gusanos de pino y los infaltables cohetillos y estrellitas, pues ¿Quién no celebra con luces un verdadero evento?

Ya adornada la casa y en medio de ese maravilloso ambiente de fiesta, con olor a cumpleaños, mi Madre nos explicaba el sentido y los motivos de la Navidad, a través de las diferentes figuras que conformaba aquel Nacimiento, ahora ya convertido en viejo recuerdo, admirando siempre en mis padres el temor reverencial de un Ser Supremo, que con el tiempo lo fuimos comprendiendo y amando cada día más, teniendo sentido el momento existencial que siempre hemos celebrado, cobrando vigencia en la vida y el valor de mi propia familia.

Hoy, juntamente con mi Esposa y mi gente, también he traído este maravilloso valor intrínseco de celebrar la vida y que para mi Esposa viene siendo igual de entrañable, es una celebración que no requiere de palabras explicitas, pues es un recuerdo que cada día se hace muchísimo más valioso y que mejor momento para desearle a nuestros semejantes, el mejor de nuestros deseos y que estos sobrepasen el tiempo, las estaciones y las circunstancias por muy atosigantes que sean, siempre exista un momento de buena voluntad para todos.

Feliz Navidad mundo de hoy.

This entry was posted on sábado, 4 de octubre de 2008 at 11:24 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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